jueves, 22 de octubre de 2009




Stefan Zweig, un heraldo europeo del humanismo universal.



Por Jorge Castellón






Hay autores que escriben para el lenguaje, otros, siguiendo una responsabilidad social, y otros más, para sí mismos. Hay autores que lo hacen para la posteridad, fieles más a una responsabilidad humana, a una labor ética, atemporal, que a un impulso vacuo de la fama. A estos últimos pertenece ese extraordinario escritor de la primera mitad del siglo XX, cuya obra parece a veces caer en un injusto olvido y estar relegada –a despecho de su genuina intención-, a una minoría culta, a los especialistas, o a los coleccionistas de obras raras, nos referimos a ese magnífico ensayista, novelista, biógrafo, traductor y poeta Stefan Zweig.



Si hay alguien ausente el día de hoy, al final de la primera década del siglo XXI, dentro del mundo no sólo de la literatura, sino del pensamiento progresista, del espíritu humanizador de la cultura, es alguien que guarde, que registre y que destaque, todas aquellas gestas anónimas que con inteligencia, con nobleza, con valentía, con palabras habladas y escritas, realizan hombres y mujeres a favor de la paz y de la justicia del mundo, y que quedan relegadas al olvido de las historias oficiales. Alguien que con su obra, haga más visible y sonoro el bien que florece en el mundo, que el ruido destructor del mal que nos rodea. Alguien que fiel a la verdad, busque, investigue, indague, coteje y aclare, y con lucidez y belleza nos muestre la esperanza en nuestras propias obras humanas. Alguien que continúe la tarea inconclusa, que dejó sobre su escritorio en Petrópolis, Stefan Zweig.



No es tarea fácil presentar su obra, que es inmensa, pero es tarea necesaria referirse a ella permanentemente. De igual forma, comentar su obra obliga a hacer hincapié en un aspecto, a desmedro- injustamente- de otras vertientes de su trabajo. Por otro lado, para estudiar su obra desde una vertiente específica, digamos, la de biógrafo, es lo más justo, hacerlo como su obra merece: con profundidad y detalle. Dicho esto, a lo que se puede pretender aquí, es a esbozar las preocupaciones principales que recorren la obra toda de Zweig y si es posible, poner en claro la misión, explicita e implícita, que como escritor que vive ambas guerras mundiales, el autor asume como tarea personal.



Su formación es profunda y es amplia, lograda a través del contacto temprano con las personas más insignes de la cultura y la ciencia europea, pero, yendo a fondo en su trato, desarrollando con ellos una sólida amistad y un significativo intercambio de ideas: con el poeta belga Emile Verhaeren -a quien traduce-; con el inmortal Hesse, -cuya mutua correspondencia se ha publicado en español en la recién pasada primavera-; con Romain Rolland, quien le influencia profundamente; con August Rodin, a quien admira en su pasión artística; con Máximo Gorki, a quien guarda un sincero respeto.



En El mundo de ayer, su autobiografía –publicada en 1955 en idioma español por Editorial Juventud-, se puede apreciar su intensa vida de intercambios personales en un tomo siempre más que significativo y de franca amistad. Por otra parte, este libro resulta el medio principal para, como lector, iniciar también una amistad de por vida con su autor.



Zweig domina el alemán, el inglés, el francés, el español, el italiano, y posee sólidos conocimientos de las lenguas clásicas, esto le permite una comunicación clara y fina con el mundo que le rodea y con su mejor tradición cultural. Viaja a Latinoamérica por primera vez en 1936, y de cuyos viajes se conservan algunas conferenciasi de las diez dictadas en 1940 en Río de Janeiro, Buenos Aires, Córdova, Rosario, Montevideo. En su primera presentación en Buenos Aires -según cuenta Zweig en una carta a su esposa desde Argentina, fechada 30 de octubre de 1940ii- acuden unas 1,500 personas.



En su descubrimiento de Brasil, el encantamiento con esa tierra es tal, que en 1941 publica Brasil: tierra del futuro, que con sus 300 páginas brinda una de las monografías más completas y amenas escritas acerca la República del Brasil. En el capítulo sobre Río de Janeiro, Zweig dice: “No one who has ever been here wants to leave. At each departure from this enchanting town one longs to return. Beauty is rare, but perfect beauty is almost a dream. This city of all cities makes this dream come true even in the darknest hour, for there is no city in the world capable of offering more comfort”. iii Y es allí, en un paraje que recuerda su terruño, adonde ha de regresar en sus días postreros.



Con seguridad puede decirse que el joven Stefan inicia su encuentro con el arte a través de la poesía. Escribe versos, y a la edad de 20 años publica su primer libro: el poemario Cuerdas de plata. Y como todo aquel que busca ser poeta o poetiza, sueña con rozar las cúspides que otros ya han alcanzado, ésos que para el aprendiz son sus modelos, sus guías, sus maestros. Esa actitud de humildad del joven que crea, pero que reconoce la grandeza inalcanzable de otros, es una actitud permanente en Zweig, sin la cuál, no hubiese realizado su insigne obra. Dicho de otra forma, el principal rasgo del carácter de este artista fue su humildad, que le permitía valorar, apreciar la obra ajena en toda su magnitud. Zweig inmediatamente se enamora de ese acto creativo, portentoso, de aquellos a quienes admira. Traduciendo al poeta belga, Emile Verhaeren, por ejemplo, no sólo busca perfeccionar sus recursos expresivos en su lengua natal, tal como él se lo propuso en ese momento de su vida, sino, respetar, ser fiel y destacar aun más la obra del poeta a quien más admiraba. Traducir era respetar y dar a conocer a otros, lo que amaba: Baudelaire, Verlaine, Rilke. Al mismo tiempo, ese profundo respeto y humildad se apareja no sólo con su curiosidad inquieta, sino con su siempre fresco asombro por lo nuevo descubierto.



Es que Zweig tiene siempre una capacidad renovada y juvenil para el asombro. Y aquel que posee eso, parafraseando a Picasso, en el arte no busca, sino encuentra. Nuestro apreciado autor vive en permanente encuentro con lo bello, gracias a esa inusitada cualidad que su espíritu tiene de asombrarse, de dejarse maravillar por la obra ajena.



De aquí nace en el joven Zweig el asiduo interés por rescatar, coleccionar, conservar y estudiar los manuscritos, los primeros esbozos originales, los primeros ensayos de las grandes obras, sean literarias o musicales. Y este interés nace, pues, por el creciente enigma y asombro que en él va despertando el acto creativo, y particularmente el acto creativo artístico. ¿Cómo nace la obra de arte? Esa es la gran incógnita que obsesiona al joven escritor. Y de ahí que intenta rastrear ese enigma, en el proceso creativo mismo, en el manuscrito original, con sus marcas, subrayados, tachaduras y notas. Con la constricción o soltura, la aprehensión o firmeza de la letra de aquel o aquella que crea. Al respecto dice: “[ ]así hallamos la posibilidad de descubrir algo del secreto del artista mediante las huellas que deja al realizar su tarea. Esas huellas que el artista deja en el lugar de su acción son sus trabajos previos; los primeros esquemas que el pintor hace de sus cuadros, los manuscritos y borradores del poeta y del músico.” iv



Para Stefan Zweig, pues, el mayor arcano del universo es la creación, y –ya se dijo- particularmente, la creación artística. De igual forma, para él, lo digno de escribirse es ese momento, esa circunstancia personal e histórica, en que – dicho con palabras de Borges- un individuo, sea hombre o mujer, se enfrenta con su destino. Y mientras en la ficción y en la brevedad, el relato perfecto de ese momento único se le atribuye al argentino, en la biografía, por su parte, la narración minuciosa de esa circunstancia y de los sentimientos con la que una persona los vive, aquí, la perfección literaria es toda del austríaco. Y así, cuando el destino es la obra artística, la creación luminosa cuya luz alcanza a toda la posteridad, más aún Zweig ha de rendir años de su vida al esfuerzo para ofrecernos un destello, captado literariamente, de aquel ser humano trasmutado en esa obra que crea.



Más tarde, ya no sólo le interesa la apoteosis creativa y la tragedia del artista, también, la vivencia del que descubre, del que reta lo humanamente invencible por fidelidad a sus convicciones e ideas, del que es fiel a su verdad y a si mismo, o del que se entrega a su propia fatalidad como un condenado y con ello define un hecho significativo en la historia. En la introducción a su obra Momentos estelares de la humanidad. Doce miniaturas históricas –publicada originalmente en 1927-, Zweig nos dice: “Paralelamente a lo que acontece en el mundo del arte, en que un genio perdura a través de los tiempos, en la Historia un momento determinado marca el rumbo de siglos y siglos”v. En esos momentos, que el llama estelares, concentra mucho de su esfuerzo como historiador, biógrafo y escritor, y nos invita a vivenciarlos, a participar de esas circunstancias donde algo nuevo fue agregado a la cultura y a la historia: el descubrimiento del océano pacifico; la conquista de Bizancio; el genio de una noche que creó La marsellesa; el descubrimiento de El Dorado; la lucha de Handel para para dar a luz el Mesías, etc.
De esta forma, una de sus biografías más conocidas, Magallanes, es un minucioso y pormenorizado relato que nos habla de un carácter, un ideal, una convicción, y de cómo esas dimensiones subjetivas se conjugan con las fuerzas históricas, con las condicionantes económicas de la historia en un determinado momento del devenir humano, y crean una gesta: el primer viaje alrededor del mundo. Sin idealismos ni diabolizaciones, Fernando de Magallanes es puesto en el lugar que le corresponde: como un hombre que busca realizar su idea, que concentra lo mejor de si en su obra, y que deja su vida en el intento, no sin heredar a la historia un hecho que no ha tenido precedentes.



No menos admirables son las obras que dedica a María Estuardo y María Antonieta, el retrato de sendos momentos personales que se colocan al centro de complejas encrucijadas sociales y políticas, pero donde de la persona, se muestra lo más esencial, en su heroísmo o su miseria. Y que decir de Fouché el genio tenebroso, el genio de la intriga. Una acuarela de la astucia, un retrato moral que devela una época.



En resumen, Zweig en sus libros nos termina ofreciendo una amplia obra que nos cuenta sobre la aventura humana en su pasión por descubrir, por crear; en su tragedia y en su vicio, en su sonrisa con el mal, pero fundamentalmente - y esto es lo que se desea recalcar-, por hacer prevalecer, pese a invencibles obstáculos, los mejores ideales de justicia, libertad espiritual y paz.





Una aventura en la que vidas y destinos se ven jaloneados por un hado particular, un fatum personal que al final les define, pero que al mismo tiempo, por medio de ese destino se ha de agregar algo imperecedero a la historia de lo bello, lo verdadero y lo bueno. La pasión creadora de Balzac, Marceline Desborde-Valmore, Dickens, Tolstoi; Holdering, Kleist, Nietzsche; Dostoievsky, Freud, Rodin y una lista interminable de aquéllos y aquellas que han ido construyendo eso, que hoy consideramos como parte imprescindible de lo mejor de la cultura moral y artística de la humanidad.



Como se revela en esa obra fundamental, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia, un hombre desconocido se eleva por encima de la norma moral de su sociedad en un momento de la historia, y en aquella su defensa a favor de Miguel de Servet, en esa lucha de un hombre solo frente a un poder muchísimo más fuerte que él, Sebastian Castellio descubre y se entrega a una misión personal que concentra todas las energías de su vida. Dice el autor al respecto: “Castellio, como un rayo iluminador en medio de la noche oscura de aquel siglo, le observa [a Calvino] con estas inmortales palabras” - y cita las inmortales palabras de este humanista: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina, sacrificaron a un hombre. Y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe’”vi Así, no sólo es el acto, sino la convicción y la idea humanizadora que orienta ese acto, lo que el biógrafo nos devela en los que son objeto de sus trabajos biográficos. . Este proceso va forjando a lo largo de la propia vida de Zweig, una idea más general, una suerte de principios éticos que entretejen toda la obra que este autor nos depara hasta el final de su vida.



Es difícil escoger la obra maestra de este escritor. Como biógrafo, tiene la dicha de ser apreciado por diferentes lectores, desde los jóvenes que se asoman al mar de los hechos del pasado por vez primera, hasta la de los eruditos, que encuentran en sus libros el rostro, el alma y el cuerpo humano, dentro del frío hecho histórico, descarnado, que mencionan las enciclopedias. No obstante, Zweig también es un novelista, un poeta y un traductor. Y en esas vertientes parece haber a la distancia, un cause común, donde esas aguas se juntan y dan forma al objetivo final de su obra: comprender el acto humano -¡vaya tarea¡- y compartirnos el secreto silencioso que guarda en el corazón una persona, para mejor entendernos a nosotros mismos y a nuestras pasiones: la culpa, el miedo, la ambición, los celos, los anhelos, la ira, la soberbia, el amor, el ideal, la honestidad, y todo aquello de lo que estamos hechos.



Qué otra cosa puede esperarse de un leal amigo de Sigmund Freud, al que, como es sabido, por muchos años ha de visitar semanalmente mientras ambos viven en Inglaterra, y a quien dirige una de las más hermosas elegías que podemos conocer, donde entre otras cosas, destaca más que nada la honestidad científica del que fuera su compañero de exilio y su amigo de ideas. Porque leyendo a Zweig, uno guarda silencio y admira más que nada, el juicio equilibrado, la justa sentencia, la empatía, la sutil propuesta de una perspectiva nueva frente a un hecho conocido, y que nos hace, verlo diferente. Lo mejor que Zweig toma de Freud, es, desde sus propia subjetividad como escritor, dimensionar el acto humano, destacar sus motivaciones internas, adherirlo a la personalidad toda del que vive, y descubrirlo en un momento específico, concreto, de aquella vida, no como un organismo que reacciona, sino, como una persona que es fiel a si misma, en su error o en su acierto, en medio de una circunstancia histórica irrepetible.



En una ocasión, Zweig anota: “Vivimos miríadas de segundos y, sin embargo, no hay nunca más que uno, sólo uno, que pone en ebullición todo nuestro mundo interior: el segundo en que (Stendhal lo describió) la flor interna, empapada ya con todos sus jugos, realiza como un relámpago su cristalización –segundo mágico, semejante al de la procreación y, como ella, oculto en el seno izquierdo de su propio cuerpo, invisible, intangible, imperceptible-, misterio que no es vivido mas que una sola vezvii.



Sin esa perspectiva, no puede unos acercarse a la obra de este insigne biógrafo y ensayista, sin saber, que hemos de encontrarnos, no con una lista de hechos sucesivos, sino, con una reflexión fina sobre los sentimientos, una psicología que parece respetar esa máxima filosófica de Ortega y Gasset: Yo soy yo y mi circunstancia, y que se ve aplicada eficazmente en el estudio de todas esas personas, mujeres y hombres, a las que les dedicó su trabajo como biógrafo.



Pero hay otro aspecto fundamental en la filosofía personal de Zweig, y qué mejor fuente para acercarnos a ello que esa breve obra suya llamada Los ojos del hermano eterno -la cual ve la luz en idioma español en 1957-, y donde Zweig nos narra una sencilla y a la vez, profunda historia de un hombre –Virata- que encuentra la felicidad sirviendo a otros, después de haber intentado encontrar felicidad huyendo de toda acción, de todo acto, concluyendo al final que “…también la inacción es una acción […]Porque el libre no tiene tal libertad, y el inactivo no por serlo escapa al error. Sólo quien es útil es libre: quien da su voluntad a otro y su energía a una labor, y trabaja sin querer saber más. Y concluye: Solo la parte media del acto es labor nuestra. Su comienzo y su fin, su causa y su efecto, son de los dioses.viii Zweig, entrega toda su voluntad a su obra única.





Ejercita su libertad como artista a través de su entrega absoluta a su cometido, sin saber del alcance de su obra, ni el alcance mismo de su propia vida mortal. Trabaja incansablemente, casi anticipando la brevedad de su vida. Se entrega a la tarea de su presente, a su misión personal en su muy propia circunstancia.



El autor comprende que la acción humana es limitada y en su esencia, ajena por sus causas y efectos, a la vida que la engendra: sólo la parte media del acto es labor nuestra, dice. Y en ese reducido espacio que a la persona le es dada, que será único, está toda la oportunidad que tenemos para entregarnos a la vida, para gozarla y abonarla con la magia de nuestro acto creativo, cuyos frutos, nos serán ajenos. Sólo somos dueños del presente, la obra que ejecutamos, es la que debemos concluir.



Pero Zweig, con su tarea de escritor no solamente nos trae del pasado todo el legado humanista que cabe en cada uno de sus libros, mejor, todas esas vidas que saliendo del olvido al que las ha relegado el pasado, él yergue, para hacerlas presentes como personalidades vivas, se convierten en referentes necesarios para el conocimiento de nuestro tiempo. Así, el autor no sólo eterniza un momento de una vida particular, al mismo tiempo, nos da lo mejor de ese instante en su tarea no sólo de un escritor, sino, de el escritor que se adhiere a un humanismo, a una responsabilidad por lo que acontece en el presente o pueda ocurrir en el futuro de la humanidad toda.



En su libro sobre Erasmo de Roterdam, escribe, refiriéndose a este humanista del Renacimiento: “…sus ideas, sus deseos y sueños han dominado a Europa durante una hora universal de su historia, y es una fatalidad para él, y al mismo tiempo para nosotros que esta pura voluntad espiritual de una definitiva unificación y pacificación de Occidente sólo haya sido un entreacto, rápidamente olvidado, de la tragedia, escrita con sangre, de la común patria.”ix Zweig nos expone la circunstancia histórica dentro de la que una determinada personalidad vive, pero nos presenta al mismo tiempo, la grandeza de la circunstancia interna, de la actitud espiritual de ese individuo real, frente al mundo que le toca vivir. Es decir, conocemos a aquellas personas, que han entregado su vida sólo a si mismos, y que obedeciendo a sus propias convicciones, han sido libres, útiles, y que han encontrado en su preocupación por el otro, la insignia de su sino.



Indudablemente, su preocupación primera, es salvar a los humanistas, a los heraldos de la paz, del diálogo, de la razón, salvarlos del ruido con el que el mundo persistentemente los ha olvidado, a ese grupo de hombres y mujeres que se relevan en el tiempo para mantener viva la esperanza de la humanidad.



En ese mismo libro sobre Erasmo, Zweig nos brinda una idea básica que impregna su trabajo como escritor, cuando dice: “Humanista puede llegar a serlo sólo aquel que sienta aspiraciones hacia la educación y la cultura; todo ser humano de cualquier categoría social, hombre o mujer, caballero o sacerdote, rey o mercader, laico o fraile, tiene acceso a esta libre comunidad, a nadie se le pregunta por sus orígenes, su raza y clase social, por su idioma y nación.”x Y es precisamente en la educación de las nuevas generaciones donde él, ve su cometido.



¡Digámoslo de una vez!, la tarea intima de Zweig, es educar por medio de la memoria histórica de la humanidad. Sus libros, llevan no sólo la intención de informar del pasado, ya se dijo, sino, de educar el mundo espiritual de las generaciones jóvenes.



En otra obra de Zweig, La lucha contra el mundo, -ese minucioso libro sobre la obra de Romain Rolland-, el autor resalta el contenido de la carta que Tolstoi envía a Rolland y que parece ser otra columna básica de los principios morales del propio Zweig, a saber: “…sólo tiene un valor aquello que se propone unir a los hombres, y que sólo cuenta aquel artista que hace un sacrificio en holocausto de su convicción. Considera – sigue Zweig parafraseando a Tolstoi- que la condición previa de toda verdadera vocación no consiste en el amor al arte, sino en el amor a la humanidad.” xi Y es ese espíritu de amor a la humanidad, lo que de inmediato se escapa al abrir las páginas de las obras de este biógrafo.



Su último ensayo, Montaigne, queda inconcluso en el papel. Quizás al quitarse la vida, Zweig lo concluye radicalmente al querer conservar con ese acto fatal, la independencia de su espíritu frente a la calamidad que el ve inevitable en medio de la oscuridad de la Segunda Guerra Mundial. Al parecer comprende que en la calamidad del mundo su alma moral y artística no podrá ya sobrevivir. No podrá ser feliz, rodeado de la absoluta tristeza del mundo. No quiere presenciar -este hombre que atesora para la memoria, los esfuerzos de los humanistas a favor de la paz y la solidaridad entre los pueblos-, no puede presenciar digo, el derrumbe de la cultura, de la razón, del valor del espíritu humano creativo al cuál él ha dedicado su vida entera.



Paradójicamente, en su también última novela, Novela de ajedrezxii, pequeña obra magistral, Zweig tal vez nos presenta su propia lucha consigo mismo. Quizás, en ese juego consigo mismo que ejecuta su personaje, “el señor B”, en esa escisión de una misma persona en un jugador de las piezas negras y un jugador de las piezas blancas, esté la misma lucha del escritor consigo mismo, en la que nadie parece salir derrotado, pero en la que ambos se agotan, es decir, en la que el mismo se agota… sin saberlo.



Me parece escuchar a Borges cuando escribe:



Dios mueve al jugador, y este, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?



Muere un 23 de febrero por la tarde, junto a su segunda esposa, Son encontrados en su dormitorio yacientes sobre su cama. No se les realiza ninguna autopsia… Es correcto pensar que cuando Zweig escribe la primera palabra de su autobiografía, un año antes de su muerte, ya pensaba en el final cercano de su vida. Como también, permítasele al que escribe esta nota, suponer, que la eutanasia consumada por Freud, deja una impronta indeleble en su amigo, que de alguna forma la emula, para acabar con su propio dolor espiritual.



En una nota póstuma, Zweig deja escrito:“Saludo a mis amigos, Quizás ellos vivan el amanecer tras la larga noche. Yo estoy demasiado impaciente y parto solo”. Gabriela mistral, su vecina y amiga de ese entonces, comentaría con profunda verdad: “Murió de guerra.”



Houston, Texas. Julio de 2009

Publicado en Revista Amsterdamsur, Octubre 2009. Holanda.

www.amsterdamsur.nl






Notas:
i Stefan Zweig. El misterio de la creación artística. Sequitur. Madrid 2007. p. 11.
ii Ibid p. 8.
iii Brazil, Land of the future. The Viking Press. New York .1941. p. 210 (El subrayado es mío)
iv Obra citada. 2007. Pagina 26.
v Momentos estelares de la humanidad. Doce miniaturas históricas. Editorial juventud. Barcelona. Octava edición. 2003.
vi . Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia. Editorial Acantilado. Primera edición 2001. Reimpreso 2007. Barcelona. P. 196
vii La confusión de los sentimientos. Editorial Época. México. 1991. p. 11
viii Los ojos del hermano eterno. Editorial Juventud. Barcelona. Cuarta edición 1983. p. 74-75
ix Erasmo de Roterdam. Editorial Juventud. Barcelona. Segunda edición. 1986. p. 97.
x Ibid. P. 98.
xi La lucha contra el mundo. Mateu-Editor. Barcelona. Sin fecha. p. 18.
xii Novela de ajedrez. Editorial Acantilado. Barcelona. Sexta reimpresión. 2007

domingo, 29 de marzo de 2009

Imagen de Cortázar






Imagen de Julio Cortázar
Ignacio Solares

LA OTREDAD

Habría que retomar la revelación que Cortázar le hizo a Aurora poco antes de morir: "No te preocupes más por mí. Voy a marcharme a mi ciudad", y que se cumple y complementa con la que cita Omar Prego: "Es una ciudad en la cual yo nunca he estado en esta vida despierto."

La muerte, parece, no cabía en ese sitio privilegiado, que además fue la fuente de su literatura.

Toda la novela 62, modelo para armar transcurre en esas tierras fantasmales en las que el tiempo del sueño alcanza una validez verbal definitiva dentro de la obra cortazariana. Los sitios, las calles, los muebles de un cuarto, los árboles que se divisan desde una ventana (hay un árbol "enmascarado por la noche") se encuentran en una zona franca de atracción de lo inconsciente, al modo en que el músico puede ir pautando una imagen sonora para fijarla. Tal vez porque son personajes de un sueño, es que surgieron del capítulo 62 de Rayuela:

...fuerzas habitantes, extranjeras, que avanzan en procura de su derecho de ciudad. Una búsqueda superior a nosotros mismos como individuos y que nos usa para sus fines, una oscura necesidad de evadir el estado de homo sapiens hacia... ¿qué homo?
Un escritor no elige sus temas -en ocasiones ni siquiera los sitios en donde transcurren esos temas-, en el mismo sentido en que ningún hombre es libre de elegir sus sueños o sus pesadillas. Por eso la creación literaria consiste no tanto en inventar como en transformar, en transvasar ciertos contenidos de la subjetividad más estricta a un plano objetivo de la realidad. Cortázar contaba para esa tarea con la admirable -y angustiosa- característica de todo poeta verdadero: la de ser "otro", en el sentido más onírico del término... y hasta diurno:

Un día de sol como el de hoy -lo fantástico sucede en condiciones muy comunes y normales- yo estaba caminando por la rue de Rennes y en un momento dado supe -sin animarme a mirar- que yo mismo estaba caminando a mi lado. Algo de mi ojo debía ver alguna cosa porque yo, con una sensación de horror espantoso, sentía mi desdoblamiento físico. Al mismo tiempo razonaba muy lúcidamente: me metí en un bar, pedí un café doble amargo y me lo bebí de golpe. Me quedé esperando y de pronto comprendí que ya podía mirar, que yo ya no estaba a mi lado.
Aunque aquella experiencia haya sido excepcional en su vida -producto de un medicamento que le prescribieron para sus jaquecas crónicas-, el tema del desdoblamiento se quedará permanentemente en sus sueños y en su literatura. Está en "Una flor amarilla" -en donde el personaje se encuentra con un niño que es él mismo en otra etapa-, en "Lejana", en "Los pasos en las huellas", en "La noche boca arriba" y, por supuesto, en esos "dobles" que son Oliveira-Traveler y la Maga-Talita.

En el propio Oliveira hay un desdoblamiento -muy parecido al que padeció Cortázar en la realidad - en el capítulo 84 de Rayuela, y a partir de una entrevisión:

Es muy simple, toda exaltación o depresión me empuja a un estado propicio a
lo llamaré paravisiones

es decir (lo malo es eso, decirlo)
una aptitud instantánea para salirme, para de pronto desde fuera aprehenderme, o desde dentro pero en otro plano, como si yo fuera alguien que me está mirando
(mejor todavía –porque en realidad no me veo–: como alguien que me está viviendo).
No dura nada, dos pasos en la calle, el tiempo de respirar profundamente (a veces al despertarse dura un poco más, pero entonces es fabuloso)
y en ese instante sé lo que soy porque estoy exactamente sabiendo lo que no soy (eso que ignoraré luego astutamente). Pero no hay palabras para una materia entre palabra y visión pura, como un bloque de evidencia. Imposible objetivar, precisar esa defectividad que aprehendí en el instante y que era clara ausencia o claro error o clara insuficiencia, pero
sin saber de qué, qué.


Rayuela está plagada de acción y de sucesos, sin duda, pero lo verdaderamente importante que en ella ocurre no es lo que pueda resumirse y cifrarse de manera concreta -los avatares existenciales de Oliveira, las raras coincidencias que lo acercan o alejan de la Maga, la muerte de Rocamadour, las crípticas conversaciones con los amigos, las numerosas referencias a libros y obras musicales con que envuelve y enriquece su libro el astuto narrador-, lo verdaderamente importante de Rayuela es que nos revela una realidad otra, distinta de la que sirve de escenario a los sucesos, que se va trasluciendo al sesgo conforme se avanza -y brinca- en los capítulos que la componen, obligándonos a compartir la certidumbre de que la verdadera vida, la genuina realidad, está escondida bajo aquella en la que conscientemente vivimos.

La historia de un escritor, dice Roland Barthes, es la historia de un tema y sus variaciones. La culpa en Dostoievsky, el juicio en Kafka, la nostalgia en Proust, el absurdo en Camus, la aventura en Hemingway, el laberinto en Borges. En el caso de Cortázar ese tema es, precisamente, la otredad. Obsesiva, recurrente, esa intención central abraza su obra. Un tema único que sus ficciones van desarrollando a saltos y retrocesos, desde perspectivas diferentes y métodos distintos. Este denominador común hace que sus cuentos y novelas -y hasta buena parte de sus ensayos- puedan leerse como fragmentos de un vasto, disperso, pero al mismo tiempo riguroso proyecto creador, dentro del cual encuentra cada uno de ellos su plena significación y hasta su posible interpretación: tal como sucede en un sueño, con un contenido manifiesto y un contenido latente:

La búsqueda de lo otro es el tema y la razón de ser de Rayuela. Todo el libro gira en torno a ese sentimiento de falta, de ausencia, y aunque el protagonista está lejos de llegar a la meta que vagamente entrevé, su epopeya cósmica, no es más que esa especie de búsqueda de un Santo Grial en el que no hay la sangre de un dios, sino quizás el dios mismo; pero ese dios sería el hombre, aquí abajo, el hombre libre de todo lo que lo condiciona y lo deforma, empezando por los dioses mismos.
Cortázar aseguraba haber leído en sus años juveniles toda la obra de Freud, con un interés creciente y, casi, como si se tratara de una novela policíaca. Aunque nunca quiso psicoanalizarse porque temía -como casi todos los artistas- que se afectara la fuente de su creatividad, el tema debió haberle dejado un buen sustrato que debió reflejarse en su literatura. Como ha escrito Alberto Paredes: "Hay una ley absoluta en Cortázar: no se puede negar una realidad, máxime si irrumpe bajo la fantasmagoría de la otredad." En efecto, cuando se intenta hacerlo, esa realidad que se niega inventa nuevas formas de asedio, por lo que regresa, implacable, a ocupar el espacio vital del ámbito en que se le reprimió. A la vuelta de la esquina acecha siempre lo que no queremos ver.

Sintomáticamente (algo diría Freud de eso), el tema de su primer artículo, publicado a los veintisiete años, en 1941 -y firmado con el seudónimo de Julio Denis- es, en efecto, sobre Rimbaud y la otredad. En ese artículo, como muy bien ha visto Jaime Alazraki, está ya todo Cortázar. En cinco páginas hizo casi el guión a seguir, no sólo de su obra sino en buena parte de su vida.
Antes de hablar del artículo, habría que hacer referencia al lugar y a las condiciones en que fue escrito. Dice el propio Cortázar:

Entre los años del 37 y el 44, viví completamente aislado y solitario. Resolví ese problema, si se puede llamar resolverlo, gracias a una cuestión de temperamento. Siempre fui muy metido para adentro. Vivía en pequeñas ciudades donde había muy poca gente interesante, prácticamente nadie. Me pasaba el día en mi habitación del hotel o en la pensión donde vivía, leyendo y estudiando. Eso me fue útil y al mismo tiempo peligroso. Fue útil en la medida en que devoré millares de libros. Toda la información libresca que puedo tener la fundé en esos años. También escribí bastante, aunque publicaba muy poco. Fue una época peligrosa en el sentido de que me quitó una buena dosis de experiencia de vida y hasta de vitalidad.

Ahora bien, el artículo sobre Rimbaud empieza con una toma de posiciones:
Car je est un autre…, creencia de que órdenes inconscientes, categorías abisales del Ser, rigen y condicionan siempre a la Poesía.

¿No es el poeta aquél que fija las imágenes, retiene su doble fugacidad de contenido y modo en el verso? La fantasía es el lujo del hombre que se sabe “otro”, el juego de iniciación más real y divertido –y en consecuencia el más peligroso. Sólo el poeta puede extraer de ese juego las sustancias absolutas, el elíxir que lo regresa a su diurna condición de doctor Jekyll.
El artículo continúa con el descenso a los infiernos -que también Cortázar llevó muy a fondo- como proyecto vital:

El descenso a los infiernos de Rimbaud -je me crois en enfer, donc j'y suis- era una tentativa por encontrar la Vida que su naturaleza le reclamaba. La desesperación, la amargura, el insulto, todo lo que lo subleva ante la contemplación de la existencia burguesa que se ve obligado a soportar, es prueba de que en él hay ante todo un hombre ansioso de vivir…
Se comprende que el surrealismo -empresa por sobre todo de sinceridad- haya reivindicado en Rimbaud un comportamiento vital de la más alta importancia, con todo lo que implica de crueldad, de dolor, de contradicción y de intento de unidad. Para un hombre con estas características, su poética -insistirá el surrealismo- es siempre poesía en acción, incluso aunque se dé extraverbalmente. O en especial cuando se da extraverbalmente.

-¡Pobrecito! -dicen los mayores cuando ven en la cuna a un niño que se queja de un dolor sin poder precisarlo–. No sabe dónde le duele.

Un hombre que malconozca su idioma, difícilmente sabrá decir dónde le duele y, a veces peor, dónde se alegra. Los supremos conocedores del lenguaje, los que lo recrean, los poetas, pueden definirse, según Pedro Salinas, "como los seres que saben decir mejor que nadie dónde les duele". Hay negro y hay blanco. Placer y dolor. Si dialécticamente no se consigue superarlos -tarea a la que se consagra la metafísica y, de alguna manera, también la ciencia-, el poeta busca entonces la fusión de los contrarios. Agita enloquecido el calidoscopio y no descansa hasta juntar el vidriecito negro con la piedrita blanca. Placer y dolor. El desarreglo de los sentidos y la trascendencia. El mundo es un problema mal resuelto si no contiene, en alguna parte de su angustiosa diversidad, el encuentro de cada cosa con todas las demás.

Continúa Cortázar:
Rimbaud quiere abrirse camino a través del infierno, a través de la Poesía , y alcanzar por fin la conquista de su propio Yo, libre de condicionantes insoportables [...] La Poesía no sería sino el peldaño supremo desde el cual le sería dada la contemplación de sí mismo, desnudo de escoria, diamante ya, enfrentándose con lo divino de igual a igual.

A posibles fórmulas de trascendencia -¿cómo no pensar aquí en Dostoievsky?- el artista incorpora la suya: por la belleza se va a lo eterno. Esa belleza, que será depositaria de su esperanza de creador (Creador), lo resume, preserva y hace de él un demiurgo. Verdad estética que, como quería Platón, es la Verdad a secas. En un texto de seis años después, Teoría del túnel, Cortázar regresa a esta idea de lo religioso en relación con lo artístico:

La angustia del artista nace en gran medida de la dura, solitaria y dudosa batalla que libra consigo mismo para escapar a toda tentación religiosa tradicional.
Su antipatía por la Iglesia católica -que no por la figura de Cristo, a quien llamó "cronopio de altísimas antenas"- se manifiesta a lo largo de toda su obra, pero muy en especial en una anécdota que narró Luis Buñuel. Para una exhibición privada de La vía láctea invitó a Cortázar y a Carlos Fuentes, con quienes compartía temas y obsesiones. Al final de la exhibición, Fuentes corrió emocionado a abrazar a Buñuel. Cortázar, por el contrario, se despidió amablemente sin hacer comentario alguno. Buñuel le preguntó a Fuentes qué sucedía. La respuesta de Fuentes nos invita a revisar, desde esta perspectiva, la obra de Buñuel no menos que la de Cortázar:

No le gustó a Julio la película porque, dijo, parece pagada por el Vaticano.









Publicado en Suplemeto La Jornada



México, 29 de marzo de 2009

domingo, 22 de febrero de 2009

Conmemorando a Cortázar


Ignacio Solares, José Agustín, Gonzalo Celorio y Leo Mendoza celebran la efeméride


Cortázar es la mejor puerta para los jóvenes, a 25 años de partir

■ Fue el escritor de la ternura, muchas mujeres lo quisieron y él fue feliz al lado de su esposa, dice Elena Poniatowska

■ El interés por el autor de El perseguidor es absoluto en la UNAM
Ana Mónica Rodríguez y Fabiola Palapa Quijas

A 25 años de la muerte de Julio Cortázar, cuya efeméride se cumple este 12 de febrero, autores mexicanos vierten para La Jornada diversas reflexiones sobre la prolífica obra y trayectoria del escritor argentino.
También del autor de Rayuela se publicarán, a lo largo de este 2009, textos inéditos agrupados en el libro Papeles inesperados y se reditarán los libros Último round y La vuelta al día en 80 mundos a 40 años de haberse publicado.
Para José Agustín, la imagen y obra de Cortázar se encuentra entre dos vertientes: los cortazarianos y aquellos otros que no confluían con el estilo literario del autor de Bestiario.
“Julio Cortázar se encuentra presente de una forma positiva y también negativa ante las nuevas generaciones de escritores; pero lo importante es que el personaje simplemente no es ignorado.”
Por otra parte, “mi generación y una anterior siempre fuimos muy cortazarianos y seguidores de este cuentista extraordinario y gran constructor de novelas, quien no siempre acertó pero construyó piezas de altura mundial.”
“Lo leímos en su momento, lo asimilamos en su tiempo y sobre todo comprendimos sus sueños, trucos, recursos literarios y todo ese juego experimental que lo caracterizó en Rayuela.”
Enamorarse de la Maga
La figura del gran Cronopio, prosiguió José Agustín, “debe ser motivo de atención a 25 años de su fallecimiento y esta efeméride debería servir para reflexionar, analizar y conocer a fondo su obra, porque en general priva lo subjetivo” sobre lo concerniente a la trayectoria del autor argentino.
Finalmente, José Agustín dijo que la influencia de Cortázar estimuló su “noción de experimentar con las estructuras fundamentales de jugar con las palabras, así como de comprender la densidad estilística y de profundidad filosófica” que poseía el autor.
Por su parte, Elena Poniatowska expresó: “Es la presencia de un escritor completamente original, muy creativo y con cuentos maravillosos. Y creo que su novela Rayuela es el punto de partida en la literatura del mundo; además Cortázar fue un escritor de la ternura y una muy buena persona. También le llegaban infinidad de cartas de sus admiradoras y tengo el privilegio de tener algunas misivas.
“Lo quise mucho, bueno muchísimas otras mujeres lo quisieron también y recuerdo que en una ocasión cuando lo visité en París era un hombre muy feliz al lado de su esposa Carol Dunlop.”
Gonzalo Celorio: “Se cumplen los 25 años del fallecimiento de Julio Cortázar y creo que fue un escritor muy importante no sólo para la literatura sino para la historia de la literatura; es un escritor que con Rayuela modificó de manera sustancial la manera de escribir, en el sentido de que hizo partícipe y casi a nivel de coautor al lector de su obra. Esta posibilidad de participar en el proceso creativo de incidir incluso en la estructura narrativa de la obra por parte del lector es una gran contribución a la lectura porque de alguna forma genera una complicidad.
“Me parece que Cortázar además pudo tocar los temas o tener dos tonos o timbres que no existían en la historia de la narrativa latinoamericana: uno es el sentido del humor. Él dice en alguna página memorable de Rayuela que ‘el sentido del humor ha cavado más túneles en la tierra que todas las lágrimas que se han derramado sobre ella’. Nuestros libros eran muy serios, no sabían reír y lo que tenemos en los cuentos de Cortázar es un gran sentido lúdico y del humor.
“Otra temática que no había sido abordada es la ternura: cuando uno lee la carta que aparece en algún capítulo de Rayuela, escrita por la Maga a su hijo ya muerto, no podemos menos que sentir ternura.
“La obra de Cortázar es fundamentalmente la de textos breves; creo que incluso Rayuela a pesar de su gran construcción estructural novelística es un conjunto de textos breves y algunos de ellos se nos quedan adheridos a la memoria como si se trataran de un poema porque tienen el resplandor de un poema.”
Evodio Escalante: “Comparto con Cortázar su pasión por el jazz. Fue un autor que nos marcó a toda una generación en la década de los 60, sobre todo con Rayuela. Todos nos enamoramos alguna vez de una Maga que es el personaje femenino de la obra, y cómo no admirar otros textos del autor.
“El que me sigue fascinando es el Cortázar de la literatura fantástica que mezcla planos de la realidad y que muestra cosas imposibles que se vuelven posibles gracias al relato. Su gran texto sobre Charlie Parker, El perseguidor, es todavía punto de referencia para el mundo del jazz y una reflexión sobre qué es la crítica en el mundo del arte.
“Rayuela fue el libro que lo catapultó a la fama, luego leí algunos de sus relatos, entre ellos El perseguidor. Me parece que en la historia de la lectura se forman como constelaciones y Cortázar pertenece a la de Jorge Luis Borges.
El misterio de un gran autor
Ignacio Solares: “Para los jóvenes Julio Cortázar es la mejor puerta para entrar a la literatura. He impartido en la Facultad de Filosofía y Letras una clase sobre el escritor argentino –soy profesor de tiempo completo– y empecé con 30 estudiantes, en el siguiente semestre ya eran 60, después 100 y hasta 130, ya no podía dar la clase porque eso ya era una conferencia.
“El interés por Cortázar en la Universidad Nacional Autónoma de México es absoluto. Es un interés muy vivo. Es la mejor puerta de acceso a la literatura, yo lo he probado con mis hijos. Cortázar tiene esta gran virtud de ser un autor fantástico pero a partir de lo real, de una situación en la que te sientes involucrado con el ambiente, con la calle, con los autobuses, con los diálogos de los personajes.
“Cortázar tiene la virtud de que te hace viva la literatura fantástica. No necesita rayos y truenos en noches en que se agitan ventanas. No necesita de monstruos: todo el misterio de Cortázar apunta aquí y ahora.
“Es un autor para jóvenes que empiezan a interesarse por la literatura, sobre todo por lo que te hace sentir y eso es más que literatura, es una experiencia vivida; es una experiencia existencial, sicológica, espiritual.
“Otro aspecto de su obra es que nos abrió las puertas como traductor porque hizo la de toda la obra completa con notas de Edgar Allan Poe, de Robinson Crusoe, Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; entonces la puerta que nos abrió es impresionante.”
Brutal fuerza juvenil
Leo Eduardo Mendoza, cuentista y periodista: “La obra de Cortázar es la obra de casi todo el mundo porque surge en el boom latinoamericano y fue muy deslumbrante. Curiosamente fue una época que no se ha vuelto a tener porque toda la producción editorial se podía conseguir fácilmente y ahora eso no es posible porque pasa por la visión del mercado español, no la visión latinoamericana.
“Los cuentos de Cortázar son verdaderamente sorprendentes y geniales. Recuerdo que los primeros cuentos que leía fueron Todos los fuegos el fuego, en una edición en rojo de Sudamericana que todavía conservo.
“Sus cuentos son de exactitud narrativa y sorprendente la pulcritud de su trabajo literario en la amplitud de temas y de formas. Es un renovador de la tradición novelística y Rayuela es un punto de partida de la novela latinoamericana.
“Es un autor que tiene una brutal fuerza juvenil. Tiene gran capacidad de enganchar a los jóvenes, porque su literatura expresa una serie de problemas humanos. Sus obras tienen temas que interesan a los jóvenes de ahora e interesaban a los de los años 70; son temas de siempre tratados de forma novedosa en los cuentos.”

En el contexto de la conmemoración del escritor, quien murió en París en 1984, de leucemia, también se publicará una edición conmemorativa y una facsimilar de dos de sus obras, las cuales cumplen cuatro décadas de haberse editado: Último round y La vuelta al día en 80 mundos.

Ambos volúmenes serán reditados por Siglo XXI en un formato de 17.5 X 27 centímetros y otro de 23 X 22.3 centímetros, de manera respectiva. Los dos estarán empastados y contendrán ilustraciones.


Tomado de La Jornada (México) Febrero 2009