sábado, 30 de agosto de 2008

Literatura y realidad


“O se escribe por juego, entretenimiento propio y de los lectores, para pasar y hacer pasar el rato, para distraer o procurar unos momentos de agradable evasión; o se escribepara buscar la condición del hombre, empresa que ni sirvede pasatiempo, ni es juego, ni es agradable.”


Ernesto Sabato.



Por Reyes Gilberto Arévalo**


Mi intención es conversar sobre el sentido propio de la palabra y sus repercusiones en el lenguaje. Me refiero a la palabra que nos lleva a encontrar la terca insistencia de vibraciones desconocidas, a señalar el parpadeo resplandeciente de las caídas de agua, a escuchar los rumores de vivientes obstinaciones prestos a convertirse en exclamaciones de niños sorprendidos, que muestra el instante en que cada cosa recobra el movimiento universal. La palabra que nos permite presentir la respiración de remotos horizontes, que nos tienta a adivinar el dialogo cotidiano del extravío de los sentidos. Hablo entonces de la palabra que nos conduce al poema, que nos lleva de la mano a mostrar evidencias que exigen - como propósito – la sinceridad en la expresión escrita. La palabra es identidad, sin ella existiríamos en borrador, en trazos mal dibujados, llenos de movimientos y de impresiones digitales, pero sin la conciencia de presentimientos que al escribirlos se conviertan en esperanzas, delirios, memoria; en todo lo que nos hace tener el sentimiento interior de lo que somos. Al escribir poesía este sentimiento interior se fragmenta en medio de una algarabía de sensaciones, sensualidades, e imágenes. Luego viene la calma a través del poema esperado y encontrado en esa embriaguez satisfecha, percibo de pronto que me descubro a mí mismo, quiera o no me pongo en evidencia, me descobijo y queda revelada mi interioridad. Es decir, cada palabra se vuelve descubridora, me doy a la mirada de todos, soy observado, escrutado, averiguado, me convierto en sujeto indagado y rastreado. Aquí es donde – si existe lo auténtico – se aprende a asumir la responsabilidad del acto de escribir, para mí a través de la palabra - para bien o para mal – se ofrece una conducta. Así como en la desnudez corporal no deben de existir términos medios, mas aun esto es vital, cuando quien escribe echa a andar la desnudez de los sueños de su conciencia. Indagando en esta conciencia, el escritor debe de tener atributos que le permitan encontrar su verdadero rostro ante el desconcierto del drama histórico de su existencia. En nuestro país, existen poetas, escritores que no les interesa el desgarramiento, la soledad, la desdicha de la condición humana. Sienten vergüenza hablar de esas cosas tristes. Dios los guarde que su obra se vincule con la impureza, lo precario, con la incertidumbre total de seres marginados, todo lo contemplan a distancia. Estos “autores”, no reparan que toda “obra es un hecho social” ( J.P. Sartre), y que esto genera una escala de valores éticos y morales frente a la realidad que les tocó vivir, por lo contrario son propiciadores de valores que se concretan en su imaginación y no en la realidad. Temen incomodar a alguien en lo que escriben; se quedan arropando más cosas de las que expresan. Se preguntan con impudicia qué dirán su mujer, sus hijos, los vecinos, los compañeros de trabajo, aunque esto les produce un amargo sabor en la boca prefieren deglutirlo y no restregar sus golpes de pecho en la página en blanco. Nos proponen un lenguaje que se abandona a una suerte de ordenamiento y rigurosidad, ofrecen sentimientos añadidos, que oscilan entre la suposición y la nada, entre lo falso y lo indiferente, entre la evasión y lo puramente formal. Escriben bonito. Todo lo reducen a la apariencia agobiada por una expresión escrupulosa y de una resonancia deliciosa, exquisita, que se aproxima a la perfecta arrogancia estilística. Es precisamente en todo lo anterior que reside lo impersonal de su obra. ¿No les ha pasado a ustedes que al terminar un excelente libro, lo cierran con una sonrisa, con un respirar profundo en señal de gozo, humanidad y satisfacción?; en cambio en la lectura, - si tienen el tiempo y el coraje de la paciencia de llegar al final- de algún libro de los impersonales, no dejan nada o quizá si: la mas absoluta somnolencia de un vacío de incalculable eternidad y el olor a moho de las cosas póstumas. Es que ellos se instalan a escribir con la solemnidad propia de los velorios, en una mano estrujan las cuentas de un rosario mal rezado y con la otra digitan su obra en su laptop de última generación. Admiten honestamente que aspiran a convertirse en “Monolitos de la Literatura Nacional”, se la pasan a la espera que los periódicos publiquen su nombre en letras de molde y se entregan en forma desmedida al narcisismo literario. Quieren, a toda costa, que el ambiente que los circunda les reconozca la celebridad que suponen sus escritos y se esconden en una modestia de sutil mezquindad. El Sistema, por su misma naturaleza, no solo se apropia de los bienes de producción sino también del pensamiento del ser social y esto es imperativo que los poetas y escritores jóvenes, lo reflexionen antes de abotonarse la camisa, limpiarse las uñas y comenzar a escribir, si no toman conciencia de su labor corren el riesgo de manifestarse con un lenguaje novedoso en su candor, de artificios irrelevantes, raquítico en su exaltación y reivindicador de emociones intrascendentes, todo para balbucear, patalear y no caminar. Hay que tener cuidado con la palabra sumisa, que mueve la colita ante la palmadita sobre el hombro, que cierra los párpados ante la lisonja; ¡denle de patadas en el trasero al lenguaje que se refugia en la timidez, la hipocresía y la cobardía! ¿Adónde habíamos quedado? ¡Ah! Si, con los bloques de piedra de la literatura nacional.Al despertar, uno de sus propósitos es alejarse de lo instintivo, de la desmesura, del desatino que provoca el humor, de todo aquello que pueda conducirlo al temblor de los sentidos, nada mas peligroso para ellos que verse inmerso en una pasión, se desvanecen ante el asombro cotidiano que proporciona el paisaje interior de la vida. Se encuentran aferrados al pensamiento absoluto, que la ambición les genera al querer ser reconocidos por la cultura oficial y ser propuestos a ser miembro de la Real Academia de la Lengua, del Ateneo Salvadoreño o de Corporaciones filósofo – filantrópicas, para quedar convertidos en un bien nacional, que permanece al acecho del metafísico anhelo de la inmortalidad. Para finalizar quiero decirles que escribir poesía no es más que una manera de renunciar a las miserias de uno mismo y encontrar la plenitud que proporciona la alegría de vivir.


Santa Tecla, Agosto del 2008


** Presidente de la Asociación Salvadoreña de Médicos

Escritores “Alberto Rivas Bonilla”, Filial Colegio Médico

viernes, 1 de agosto de 2008

Una cita con Borges


Cita con Borges en el Rockefeller Center

Te yergues imponente sobre el paso del
transeúnte.
Ocupas tu lugar de privilegio
en la avenida donde el mundo
muestra su oropel y
sus metales.

Te confundes con tu blasón plateado,
entre los viejos conocidos:
GAP, De la Renta, Bulova...

La sangre de los rieleros se ha perdido
en el olvido,
el color del petróleo es el perfume de las flores en sus tumbas.

Pero,

No es a ti por quien yo vengo.
No es lo tuyo, lo que busco.
No son tus metales,
tu estatua dorada,
tu pista de hielo donde
las figuras se deslizan indiferentes al mundo...

Busco tu sótano.
Busco un rincón bajo tu peso:
es un lugar invisible,
un rincón,
un punto olvidado en el espacio del bullicio..

Atravieso la avenida.
Abro una puerta.
Como un viejo conocido
me introduzco
entre estantes,
a donde siempre tengo una cita con lo improvisto...




Busco un viejo amigo
que encontré un día,
precisamente acá,
hace catorce años.

Registro los rincones en medio de los libros.
Mi mano temblorosa presiente ya,
algo nuevo,...puede que...

¡No puede ser!

¡Esto es una broma del destino!

¡Aquí estás otra vez!

¡ Qué sortilegio!

¡ Qué misterio este de encontrarte!

¿Cómo puedo encontrarte debajo de esta calle,
perdido en los estantes olvidados de Manhatan.?

¡Otra vez!.

Pero aquí estás,
quizá esperándome,
sabiendo que vendría.

Acá te conocí,
y hoy me regalas otra vez algo de ti:
tus últimos poemas,
tu ultimo prólogo,
tu ultima luz: “Los conjurados”

En mis manos estás hoy...
Jorge Luis Borges
Que “dejaste a los demás el universo
Y a [tu] ceguera, la manía del verso”

Jorge Castellón

Octubre 14 del 2006